Introducción

 

El título escueto de la ponencia que nos proponemos desarrollar «ESTRÉS Y VISIÓN», encierra un complejo y diverso conjunto de aspectos relacionados con la aptitud y disposición del ser humano para responder a ciertos estímulos cuya consideración y evaluación es interpretado con un criterio adulterado o distorsionado, frecuentemente mediatizado por factores psicógenos o ambientales.

Para analizar la situación creada por la incidencia de estos estímulos sobre el ser humano concreto, es preciso establecer un coloquio entre el sujeto del problema «LA PERSONA HUMANA», considerada como una unidad psicobiológica, cargada de significación, abierta a la realidad y presuntamente dialogante, con esa otra realidad humana que es «EL MÉDICO». Es lo que se ha denominado como «la psicología interrelacional del diálogo médico-paciente».

Con frecuencia ese diálogo discurre arduo y premioso, poniendo a prueba la perspicacia del médico frente a las barreras y enmascaramientos generados por la furtiva actitud mental más o menos consciente, del paciente.

El criterio antropológico del profesional de la Medicina, su concepto psicosomático del drama individual del ser humano frente a su peripecia circunstancial, fundamentan las disposiciones no sólo instintivas, sino también personales derivadas de la estimación acerca de la singularidad del organismo afectado y de sus particularidades.

El médico se propone tratar el proceso «patológico» ateniéndose a «lo que es» como consecuencia de su conocimiento de la naturaleza («physis») mediante el ejercicio de su humana razón («logos»).

Según Zubiri, el ser humano se define por su capacidad para mantener la independencia frente al medio y por ejercer un control específico al oponerse al riesgo del entorno. En cada circunstancia, por compleja que sea, el ser vivo mantiene constantemente su unidad y da en cada caso una respuesta que supone o presume, adecuada a la situación concreta en la que participa.

De acuerdo con esta interpretación, el animal viviente aprehende la estimulación como función propia y a esta integración es a la que Zubiri denomina «sentir».

En tales circunstancias, el animal asume la inferencia de los estímulos y consecutivamente se siente con su tono vital modificado. Para el animal la formalidad de lo aprehendido es mera «estimulidad»; para el hombre lo aprehendido es «de suyo», es realidad.

Aprehensión, afección y respuesta son los tres momentos cualitativamente diversos de una acción única e indivisa que es «sentir».

El animal se caracteriza por el nivel preponderante que adquiere la función de «sentir», pero a medida que ha evolucionado la escala zoológica ha diferenciado esta función perfeccionándola hasta alcanzar lo que se denomina «psiquismo animal». En el hombre, la respuesta adecuada a cada circunstancia está regulada mediante una función original, ya que la experimenta «haciéndose cargo de la situación», esto es, enfrentándose a ella y procediendo a su aprehensión como «una realidad».

En esta respuesta individual y compleja, generada por la estimulación aprehendida, reside consecutivamente la razón de la diversidad de los cuadros psicosomáticos y de los aspectos indefinidos y hasta enigmáticos derivados de la pluralidad y rica diversidad del ser humano dentro de su singularidad. Insistiendo en la especificidad, en el hombre, el psiquismo es un tipo de realidad que, por ser lo que es como realidad, puede a veces, y no siempre, hacerse consciente. Un ser vivo se caracteriza por su autonomía vital, siendo el psiquismo la más alta expresión de esa autonomía. Así, continúa Zubiri, el hombre es un animal de realidades y la capacidad de enfrentarse a las cosas como realidades es el acto elemental intelectivo.

El hombre, a diferencia del animal, además de la vida y de la capacidad de sentir, tiene una tercera nota, la inteligencia. La primera función de la inteligencia es estrictamente biológica: hacerse cargo de la situación para excogitar en cada caso y circunstancia la respuesta adecuada. En su capacidad para establecer la adecuación y en su aptitud para la futurición, para su plena realización como persona en la plenitud, se encierran muchos de los problemas que trataremos en esta Ponencia.

Es así, por tanto, que toda decisión es la resultante de motivos concurrentes y será el motivo decisivo el que en un momento determinado se considere como el mejor en una circunstancia determinada. Es en esa capacidad para decidir, para optar por la «presuntamente mejor decisión», la que condiciona la autonomía del sujeto.

Fue la crítica de las respuestas lo que generó el concepto de «determinismo» (Spinoza), que hace de la libertad una ilusión como consecuencia de su pan-enteísmo o el «indeterminismo» (Leibniz, Kant), que hace del libre albedrío la ley interna de nuestra razón. En la Psicología actual se enfrentan los conductistas, psicosociólogos o reflexólogos (de Watson a Russell, de Freud a Pavlov) y los espiritualistas idealistas (de Bergson a Blondell), mediatizados por la propuesta de integración en la dialéctica (Hegel) implicada en la noción del «devenir histórico de la persona». Es así como se elabora el complejo en el que la «realidad del mundo de la persona» y la «realidad de su libertad» se confunden. «Qui bene diagnoscit bene curat» decían los antiguos. Laín afirma que si se otorga una significación plenamente científica a la palabra «diagnoscere», ese aforismo podría servir de lema a la concepción racional del quehacer médico.

Piaget (1) propone que la inteligencia consiste en un equilibrio entre asimilación de la realidad y la adaptación de la misma.

Siguiendo este criterio de integridad de la persona, el hombre, animal de realidades y de sustantividad, es en definitiva un «relativo absoluto». El concepto de «unidad estructural» esencial del hombre invita a una visión auténticamente psicosomática de la tarea del médico. Nos planteamos, por tanto, un concepto antropológico total como la «realidad personal» del paciente, y a nuestra profesión la interpretamos como la relación entre una realidad personal que es el médico, solicitado por un problema individual específico planteado por esa otra realidad personal que es el paciente, que le impone como profesional escrutar en los signos clínicos descubiertos en la exploración indicios que le induzcan a proponer una opción terapéutica eficaz.

En la disposición frente a esa otra realidad personal, en su humana interpretación y en la inteligente sensibilidad de su respuesta, reside la dignidad del Arte Médico. En su nivel de preparación científica y en su capacidad para analizar los datos obtenidos se fundamenta la eficacia del criterio médico acerca de la unidad funcional psicosomática que es el paciente.

En el curso de la Ponencia nos proponemos poner en evidencia la diversidad y complejidad de los cuadros que obstaculizan la concreción de certezas diagnósticas, obligando al médico a racionalizar los niveles de incertidumbre generados por la personalidad del paciente e imponiendo la precisión de investigar en la biografía de éste la posible justificación de una «neurosis de órgano». Cada función o cada sistema puede ser el asiento de una catexis libidinal arcaica y conflictual. Corresponde al médico descifrar el enigma, considerando el problema desde la individualidad del paciente y su entorno presuntamente sociopático. Por último, al plantear el tema en estos términos, considero oportuno recordar la frase de Freud a propósito del ojo: «Cuando un órgano que sirve a dos fines sobrepasa en su papel su parte erótica, pueden esperarse alteraciones que se manifestarán en trastornos del órgano en su función de servidor del Yo». De un Yo único e indivisible. Personalidad, individualidad, singularidad están siempre presentes, estrechamente vinculadas en cada uno de nosotros, y es imposible desarraigarlas, nunca se pierden y retoñan siempre. «No tengo conocimiento de mí mismo tal como soy», concluye Kant en la Analítica Trascendental, «sino solamente tal como me aparezco a mí mismo».

Un médico no debe olvidarlo por muy limitada y concreta que sea su especialidad. El problema con el que se enfrentará en cada caso versará sobre el enigma de un ser humano, no de un órgano. En su capacidad para comprender el intrigante problema se encierra toda la grandeza de una misión sacralizada en un juramento milenario.

La gran hazaña de la ética médica moderna consiste en fundar la moralidad sobre unos criterios autónomos y sagazmente personalizados.

 

BIBLIOGRAFÍA

  • Barraquer Bordás L: Neurología fundamental. Barcelona: Toray; 1968.
  • García Bacca JD: Antropología filosófica contemporánea. Barcelona: Anthropos; 1987.
  • Gracia Guillén D: Nueva lectura del juramento hipocrático
  • Sociedad española de médicos escritores. Madrid. 1987
  • Giddens A: Sociología. Madrid: Alianza Universidad Textos; 1994.
  • Gómez Bosque P: Introducción al estudio de la organización funcional del Sistema Nervioso. Madrid: Interamericana; 1965.
  • Laín Entralgo P: El médico en la Historia. Madrid: Taurus; 1958.
  • Laín Entralgo P: Teoría y realidad del otro. Madrid: Alianza Universidad; 1983.
  • Marías J: Persona. Madrid: Alianza Editorial; 1997.
  • Zubiri X: El hombre y Dios. Madrid: Alianza Editorial; 1988.
  • Zubiri X: Inteligencia y Logos. Madrid: Alianza Editorial; 1982.
  • Zubiri X: Sobre el hombre. Madrid: Alianza Editorial; 1986.
  • Zubiri X: Inteligencia sentiente. Madrid: Alianza Editorial; 1980.

 

NOTAS

  1. Piaget J: «La naissance de l’intelligence chez l’enfant». Del. et Niestlé; 1936. Editado en España con el título «Psicología de la Inteligencia». Psique; 1960; Piaget, Jean (1896-1980): psicólogo suizo pionero de la psicología evolutiva en el período infantil.